Hoy me topé con una situación horrible.
Ya la chicas me habían contado que Fer vive practicamente en la calle, que todas las tardes-noches cuida autos en el estacionamiento de un shopping de Pilar junto a su mamá hasta la madrugada, y que muchas mañanas las pasa en el tren pidiendo monedas. Hasta ahí, un presente feo, pero qué sé yo... Siempre traté de ver el lado positivo: a pesar de faltar mucho, las veces que Fer viene a la escuela es porque él quiere, es porque él decide venir, caminar unas cuantas cuadras, entrar y compartir una tarde conmigo y sus compañeros. Y como si fuera poco, trabaja como nadie. Pide que le dé tarea, "muchas cuentas" difíciles, trae materiales para trabajar en artística sin que nadie le pida nada y además propone cosas geniales para hacer.
Esta tarde viajé con dos compañeras en el tren desde Del Viso. Charlábamos de lo larga que se había hecho la semana, especialmente la tarde del viernes, cada una comentando cosas de sus alumnos, cual catarsis pre-finde para arrancar el descanso livianitas de problemas escolares. Y en eso pasó él, pidiendo moneditas. Nos vio, se dio cuenta que éramos nosotras y corrió hasta el otro vagón. A los pocos segundos pasó para el otro lado, ligerito, con la capucha puesta, tratando de pasar desapercibido ante mis ojos. Y a mí se me estrujó el corazón...
Pensarán ¿por qué?, si hay cientos de chicos que piden en las calles, incluso en peores condiciones y es tan común que nos acostumbramos a ignorarlos. ¿Por qué? Porque no era cualquier chico, es mi alumno, mi protegido, mi proyecto de mejor persona de este año, todas mis expectativas de progreso, mi fe puesta en él, mi Fer.
Las chicas bajaron en Polvorines, deseándome un lindo fin de semana. Al rato escucho mi nombre, a lo lejos. "ROSA! ROSITA!" y lo veo a Fer esconderse entre grito y grito detrás de un asiento. Al rato bajó en una estación, con dos chicos más... cuando el tren arrancaba, subieron de nuevo. Y así dos o tres veces más, hasta que finalmente desapareció por Grand Bourg, saludándome con la mano desde el andén, esbozando una sonrisa. Lo saludé de la misma manera, también con una sonrisa pero el alma triste...
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